Cuando la rabia derivada de la sensación de impotencia se asocia a la idea de que “las cosas” están mal y deberían ser de otra manera, se constituye la ira como pasión y el carácter iracundo encuentra su sentido en el esfuerzo por arreglar, por mejorar lo que está mal, aunque ese esfuerzo se quede, a menudo, en la crítica de la realidad tal como es. Manifiestan una especial arrogancia, la de creer que las cosas deberían ser diferentes de como son y que él lo sabe (Durán, C.; Catalán, A; 2009).

En algún momento temprano, el iracundo ha tenido que reprimir sus impulsos, ha sido reñido o castigado por ellos hasta llegar a sentir maligna su impulsividad y a renunciar a ella conseguir la aceptación.
– Comportamiento observable: dominante, mantiene una actitud de cierta superioridad. Autocontrol. Sometimiento a la norma. Rigidez. Dificultad para manejarse en situaciones no estructuradas. El control limita el permiso de expresión de lo instintivo, bloqueando la creatividad intelectual, dificultando la expresión emocional.
– Comportamiento interpersonal: exigente y crítico. La exigencia tiene que ver con que los demás se adapten a los criterios correctos de cómo deben ser y hacer, con tanta intolerancia a los errores ajenos como a los propios. Hay una tendencia, justificada en las buenas intenciones, a dirigir la vida de los demás.
– Estilo cognitivo: obsesivo, de pensamiento muy estructurado, con dificultad para cambiar de criterio, lógico y metódico. El perfeccionismo se instala también en el lenguaje y esto lleva a una corrección en el hablar, a una cuidada selección de las palabras.
– Autoimagen: la autoimagen de personas intachables, bondadosas y justas coexiste con la idea de ser alguien que puede descontrolarse y convertirse en peligroso. Por ello se vuelven autoexigentes y perfeccionistas, buscando demostrar y demostrarse que son mejores que los demás.
– Representaciones objetales: los otros son, o bien seres que fallan, que no son como deberían ser, o modelos que se han de seguir. Pero siempre con el sentimiento de la imperfección de los humanos que necesita ser corregida, con una preocupación obsesiva por lo bueno y lo malo.
– Mecanismos de defensa: los mecanismos habituales son la conversión en lo contrario y la formación reactiva.
– Organización morfológica: personas con una fuerte carga energética contenida. Rígidas. Las principales áreas de tensión son los músculos largos del cuerpo y la base del cuello. Un cierto aire aristocrático. La arrogancia se manifiesta en la mirada enjuiciadora, que los demás perciben como crítica.
– Manejo de la agresividad: la exigencia y la crítica implacable son las formas en las que habitualmente canalizan los aspectos agresivos. No suelen tener mucha conciencia de la dureza de su agresividad porque entra en conflicto con la autoimagen bondadosa, valorizada. Las explosiones, cuando llegan a ocurrir, generan mucho miedo, tanto en la persona que la recibe como en el tipo 1 que se ha dejado dominar por ella y se da cuenta de su fuerza y crueldad. La culpa es tan insoportable que una vez pasada la explosión se olvida del episodio.
– Manejo de la sexualidad: su control característico activa la desconfianza frente al descontrol propio de la sexualidad. La sexualidad es vivida como un deber, donde adquiere vital importancia “hacerlo bien” y el reconocimiento del otro. El resultado, muchas veces, es que el placer es anulado. El control, en ocasiones, se rompe y la sexualidad estalla de forma descontrolada, con lo cual confirman los temores y resulta necesario reforzar aún más el control. La fuerte excisión entre lo bueno y lo malo provoca que la sexualidad descontrolada, sentida como mala, se viva aparte, como en una vida paralela, pudiendo buscar relaciones fuera de su pareja habitual para vivir este descontrol sexual, siempre que lo tengan completamente oculto a su entorno.
LA PAUTA INFANTIL
(Don Richard Riso & Russ Hudson: La sabiduría del Eneagrama)
Los Uno se esforzaron muchísimo en ser niños buenos; es frecuente oír decir a estas personas que en su infancia sentían la necesidad de justificar su existencia; sencillamente, ser niño o niña era en cierto modo inaceptable, y muchos niños Uno desarrollaron la seriedad y la responsabilidad de los adultos a edad muy temprana. Comprendieron que sus padres esperaban muchísimo de ellos y, como los Tres, muchas veces desempeñaron el papel del héroe de la familia. Por lo general, los niños Uno se toman muy a pecho esas expectativas.
Por diversos motivos, estos niños experimentan la sensación de estar «desconectados» de su figura protectora (que suele ser, aunque no siempre, el padre biológico). Tener otra figura adulta estable con la que identificarse y avanzar proporciona al niño la capacidad de dejar de depender de su madre y de aumentar cada vez más su sentido de individualidad y autonomía.
Pero la figura protectora no cumple bien su papel, el niño Uno percibe una desconexión fundamental; comprende que su padre, real o simbólico, no se ajusta bien a su temperamento y a sus necesidades. Esto no significa necesariamente que la figura protectora sea mala o abusiva, sino que, por el motivo que sea, simplemente no existe un vínculo fácil.
La consecuencia es la frustración para el niño o la niña y la impresión de que él/ella debe hacerse de «padre». En algunos casos, los niños Uno reaccionan a las condiciones caóticas que los rodean volviéndose superresponsables, conviniéndose en «la voz de la razón» de sus familias. De ese modo pueden establecer cierto grado de autonomía y ciertos límites, el interés principal de este tipo.
En efecto, el niño o la niña dicen: «Yo me daré las directrices. Seré mi propia figura paterna y mi guía moral. Me vigilaré yo para que nadie más me vigile; me castigaré yo, para que nadie me castigue». Los Uno tratan de superar lo que se espera de ellos adhiriéndose a las reglas con tanto rigor que nadie pueda sorprenderlos en error, ganándose así la independencia.
En cierto sentido, los Uno creen que necesitan sobrepasar las expectativas de su figura protectora. Piensan que deben encontrar un conjunto mejor de reglas para ellos: ellos deciden lo que está bien y lo que está mal. Pero al hacerlo el niño se siente culpable por juzgar (e, implícitamente, condenar) a su figura protectora. Para escapar a ese sentimiento de culpabilidad por su situación, los niños Uno se construyen una identidad que les permite verse buenos y responsables y a los demás perezosos, descuidados o, por lo menos, menos correctos y «maduros» que ellos. Estas autojustificaciones se convierten en los cimientos de su identidad y de la pauta emocional que irán reconstruyendo a lo largo de sus vidas.
Bibliografía
-Durán, C.; Catalán, A.: Eneagrama. Los engaños del carácter y sus antídotos. Ediciones Kairós. Primera edición: 2009.
-Naranjo, C.: Carácter y Neurosis. Una visión integradora. Ediciones La Llave. Primera edición: 1996.
-Don Richard Riso & Russ Hudson: La sabiduría del Eneagrama.
-Moriel, R.: Con los Pies en el Techo (Blog de Rafael Moriel). Eneagrama. http://rafaelmoriel.blogspot.com.es/p/eneagrama_14.html
-Peña, Alberto: Eneagrama: https://www.youtube.com/watch?v=f3quviXrczw
-Pons, Jordi: Eneagrama: http://www.psicologo-barcelona.cat/eneagrama/