La pandemia ha hecho aumentar la distancia física y emocional, y la desconfianza entre las personas, pero la socialización tiene efectos directos sobre la salud física y mental

ElDiario.es/Darío Pescador/19Ago2020
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La pandemia producida por la COVID-19 está teniendo efectos muy negativos en la salud mental de las personas. Durante el confinamiento muchas personas se vieron forzadas a pasar sus días en soledad, mientras que otras tuvieron que convivir más estrechamente de lo que hubieran deseado con familiares o compañeros de piso.
Al mismo tiempo, la pandemia ha traído otras consecuencias psicológicas, cómo el aumento de la intolerancia, el racismo o la xenofobia. Por desgracia, estas actitudes son lógicas si se busca su origen en nuestra historia evolutiva. Cuando nuestros ancestros estaban enfermos, o temían que alguien lo estuviera, su primer instinto era el aislamiento y el rechazo. La xenofobia es originalmente un miedo ancestral a que lo extraños nos contagien algo malo.
Esto es una tragedia para la humanidad, porque relacionarse con extraños tiene muchos beneficios para el cerebro y, en estos momentos, es exactamente lo que necesita la humanidad. Más de la mitad de los habitantes del planeta viven en ciudades, donde a pesar de la proximidad, se evita el contacto con extraños, y más ahora.
Sin embargo, un estudio en apariencia simple publicado en 2014 mostró que esa es la actitud equivocada. Los investigadores pidieron a los participantes que interactuaran con extraños cuando usaran el transporte público. Encontraron que, aunque la gente esperaba que hablar con extraños iba a ser una experiencia desagradable; en realidad, era más agradable que sentarse solos. Los participantes también dijeron que encontraban su viaje tan productivo y satisfactorio como los días en que permanecían solos.
El mero hecho de hablar con una persona extraña tenía en el cerebro el mismo efecto positivo que se registra al realizar una tarea de voluntariado o ayudar a alguien en la calle: una mejora del estado de ánimo general. Las actividades prosociales no solo benefician a quien recibe la ayuda, sino también a quien la presta.
Estas sensaciones positivas que se experimentan al socializar con extraños son tan importantes que se ha descubierto que disponen de su propio circuito en el cerebro, separado del circuito habitual de recompensa. La oxitocina es el neurotransmisor encargado de mediar en este comportamiento, y no tanto la dopamina. Este sistema de es el que puede estar dañado en personas que sufren trastornos en los que evitan la interacción social, como en el autismo.
Esto corrobora los hallazgos de otro estudio en el que se buscó una correlación entre lo agradable que era un vecindario, y lo positivas que eran las relaciones vecinales, con la incidencia de enfermedades cardiovasculares. Como era de esperar, cuando más antipáticos eran los vecinos, mayor era el riesgo de infartos en esa comunidad.
Tampoco es mejor estar solos que mal acompañados. La soledad aumenta igualmente el riesgo de enfermedades cardiovasculares, un sistema inmunitario debilitado, y mayor mortalidad. En riesgo de muerte prematura, el riesgo producido por la soledad equivale a fumar moderadamente, y es mayor que el de la obesidad. De nuevo, la falta de oxitocina está en la raíz del problema.
Si la socialización es tan importante para la salud, ¿por qué nos cuesta tanto trabajo? El miedo al rechazo es la explicación más inmediata, pero eso no debería detenernos. Se ha podido comprobar que en general, caemos a la gente mucho mejor de lo que creemos, algo que se pudo comprobar en un experimento en el que personas extrañas entablaban una conversación para después dar su opinión sobre la otra. En estos tiempos de división, desconfianza y extremismo, hablar con un desconocido puede ser exactamente lo que nos salve.